Hay mujeres que van al Amor y encuentran Deseo



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    Me llamo Cariño. Es decir, El me llama Cariño... no recuerda mi nombre; dice que ni siquiera eso merezco.

   Nos vemos aproximadamente cada quince días; las cadencias a veces se me antojan largas, otras se me hacen cortas. Hay veces en que me sorprende su llegada, y otras veces, en cambio, prefiero a cualquiera antes que a él...
  Aún así siempre sucumbo encantada a su presencia; me hace mucho más feliz su indiferencia "que no ofrece" que las deferencias de otros que ofrecen pero piden lo que dan. Prefiero mil veces un canalla sincero que un señor que dice la verdad.  
 Él me rescata, no sé de qué exactamente, pero lo hace maravillosamente...  
 Ayer estuvo aquí. Siento  aún el olor de su piel en la mía, y esa especie de mareo que siempre queda como rastro de su rastro; él ríe y dice que son sus feromonas, pero yo creo que son sus caricias y esa voz levemente afeminada que lo hace parecer inofensivo. 
 No, no soy capaz de mirarle a los ojos:  a esos ojos de niño, alegres e ilusionados que, en mi presencia, sólo reflejan los míos y en mi ausencia los de cualquiera... no soy capaz de mirarme en sus ojos.   No se lo he dicho, pero me avergüenza desearle, prefería no hacerlo sin amarle, pero...no es así.  

  Se levanta desnudo con un andar de insolente belleza, y empieza como a menudo cada frase   como cogiendo ánimos, o como dándolos. En sus palabras todo resulta positivo, todo parece posible,  y si no, al menos me hace sonreir... 
 Necesita beber y yo  necesito huir. Aprovecho la circunstancia para vestirme,  deseando largarme lo antes posible. Cierro los ojos y vuelvo a sonreír, recordando su torso y su andar de "voy a hacer algo importante". Todo es importante, eso lo aprendí de él; y nada es tan importante, eso también.  

  Vuelve, y no le miro a los ojos; me acurruco en mí  misma y murmuro una despedida poco creíble. Se despide también, y dejo caer los párpados con tímida picardía como diciendo "aún no es el fin amor", por ahora no... 
  Me inspira deseo...
  Esquivo ágil mi propia imagen en el espejo.  Doy un portazo al salir, y se estremece el cabecero granate de su cama, desconchado e indiscretamente ruidoso.
  Me ha encantado tenerle de nuevo. 

  En mi cabeza hoy empieza a ser mañana y antes de que llegue al final de la escalera, antes siquiera de que toque el pomo de la puerta, ya no se acuerda de mí...    
  Me pierdo entre la multitud... se reanuda la cadencia. 



Quino© 2017
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